Excepto aquellos bebés que ya se chupan el dedo dentro de la panza de sus madres, nadie más nace con hábitos. La gran mayoría los adoptamos afuera del vientre materno. Pero una vez que sabés lo determinante que son los hábitos para tu vida, es un desperdicio no tomarles partido.

Si te ponés a pensar, un día cualquiera está repleto de acciones automáticas: Cepillarse los dientes, preparar café, manejar como zombie a la oficina. Y, aunque hoy estas actividades las realizás sin esfuerzo, la primera vez que las hiciste, te costaron muchísimo. Así de buenos y malos son los hábitos.

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Y no hablo de hábitos malos o buenos, sino de ese admirable sistema que tiene nuestro cerebro para automatizar las cosas. Los hábitos son la causa principal de vicios perniciosos y costumbres vergonzosas como comerse las uñas o hurgarse la nariz. Pero también son el ingrediente primordial para el éxito en las finanzas, las dietas, la salud, la organización de una casa y hasta en las buenas relaciones.

Un día me percaté de esto y decidí organizar gran parte de mi vida, simplemente adoptando hábitos de acuerdo a lo que quería lograr.

La técnica consiste en armar una lista de áreas de tu vida que querés mejorar (salud, finanzas, relaciones, humor, etc.) y ver qué hábitos fáciles de cumplir podés implementar para lograrlo.

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¿Por qué fáciles? Los hábitos fáciles, con recompensas inmediatas son los más simples de cumplir, pero lastimosamente suelen ser los más perjudiciales.

Por ejemplo, si acompañás tu almuerzo con una gaseosa cada día, es probable que en una semana ya te sientas enviciada. Este es un hábito fácil de cumplir, con una recompensa inmediata. Por el contrario, un hábito más difícil, como salir a trotar a las siete de la mañana todos los días, es probable que si al octavo día faltás, no te pongas a llorar porque lo necesites demasiado, sino que, al contrario, sientas placer por quedarte a dormir. Sí, así de ingrato es el sistema.

Entonces la clave para esta técnica está en no pasarse mucho con la diferencia que existe entre el esfuerzo y la recompensa que aporta un hábito, es decir: un hábito fácil de cumplir, con una recompensa a largo plazo.

En mi caso, en el área de salud, puedo decir que logré implementar hábitos como el de comer por lo menos una fruta al día, tomar los dichosos dos litros de agua, elegir las escaleras en lugar del ascensor, y más recientemente estoy implementando algunas de esas recomendaciones que circulan por la red como “los beneficios de consumir chía diariamente”, o “el poder de beber un limón en ayunas”.

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En el área de finanzas me satisface saber que tengo implementado el hábito de ahorrar (gracias al sistema de ahorro programado nomás luego), y en el trabajo me enorgullezco de dejar mi escritorio impecablemente ordenadito al final de cada jornada.

Aunque muchas veces puedo parecer tan controversial, que en el mismo día que cumplí con mi fruta habitual, también me comí un tubo entero de papas fritas. O ese mismo mes que ahorré 10% de mis ingresos, me sobrepasé con la tarjeta de crédito. Aprendí a aceptar que estas son, simplemente, muestras de dos facetas de una misma personalidad, que todos tenemos, y que deben aprender a convivir sin dejarse dominar una por la otra.

Lo importante de los hábitos es saber lo determinante que son para la vida, decidirse a a empezar (por los más sencillos primero), y nunca abandonarlos, por más que a veces parezcan controversiales. Es la única forma en que estas recompensas a largo plazo te muestren sus frutos.

Nota de Frugalísima publicada en la Revista Vos del Diario La Nación el domingo 27 de noviembre ‘2016.

No seré perfecta, pero tengo algunos buenos hábitos
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