En los primeros años de maternidad podemos desesperar y sentir que el caos nunca se va ir. Tener pensamientos tontos como el de “no soy buena en esto de ser mamá” o “nunca más voy a tener tiempo para mí.” Este es mi mensaje para todas aquellas mamis que hoy están en esa situación, para asegurarles que sí hay vida después de esos primeros años de maternidad, y además ¡es hermosa!
Hace unos días me llegó este chistecito gráfico por Whatsapp…
Por supuesto que la gráfica causó un montón de “jajaja” en los grupos, muchas madres dijeron “Esa soy yo”, otras dijeron “Esa voy a ser yo dentro de poco” y yo dije “Yo puedo decir que ahora ya estoy devolviendo todas esas llamadas”.
Me quedé pensando que realmente es así. Mis hijos ya tienen 7 y casi 5 años. Ambos van al colegio por la mañana, tienen actividades algunas tardes y cuando están en casa juegan solos, sin que tenga que estar demasiado pendiente por si tocan enchufes, traguen monedas o cualquier otra travesura típica de los pequeños de 2 añitos.
Fue lindo parar un rato a pensar y descubrir que ya estoy aquí, en un paso más allá de todo ese caos que resultan los primeros años de maternidad. Donde tenía pensamientos tan trágicos como “Nunca voy a volver a tener ese cuerpo” o “Nunca más voy a tener tiempo para mí.”
Me acuerdo cuando mi primer hijo nació, esa primera semana en casa, llena de emociones y agotamiento, mi mamá sin que yo le haya comentado nada me dijo: “Esto pasa rápido, ahora pensás que todo va a ser siempre así, un caos, pero pronto se va ir acomodando todo.”
Y así fue. Cuando mi bebé tenía un mes, él y yo ya comenzamos a entendernos con eso de la lactancia, le cambiaba los pañales sin tanto miedo y lograba verme linda en el espejo después de peinarme y maquillarme un poco.
Fueron pasando los meses y siguieron los avances. Todo fue mejorando y me pude convencer que yo también podía ser una buena mamá, que la naturaleza también me dotó de esas cualidades, que hasta entonces sólo podía admirarlas en aquellas madres que tenía cerca y me mostraron antes cómo lo lograban.
Al año pude volver a entrar en mis jeans favoritos (un poco más apretaditos ¡pero me quedaban!) y conocí el altísimo valor de tener un par de horas dedicadas a mí. Amé mi cuerpo y mis elegantes estrías, porque entendí que son una marca registrada de la maternidad y que si las mirás desde esa perspectiva, te llenan de orgullo.
Y justo cuando todo volvía a su lugar, cuando mi bebé tenía unos 15 meses, mi marido me avisa que según nuestros cálculos ya deberíamos encargar al segundo. “¿Qué? ¡Estás loco!” -le dije. Después hice los cálculos y le di la razón. No podía creer que había pasado tan rápido. Justo cuando comenzaba a organizarme.
Llegó la segunda y comprobé con toda mi alma eso de que el amor no se divide sino que se multiplica exponencialmente. Me reafirmé con lo importante y hermoso que es tener un hermano. Volvió el caos (en realidad nunca se había ido). Pero en casa, ya nos lucíamos con nuestra expertís en materia de ser padres, así que todo fue un poco más manejable.
Hoy tienen 5 y 7, una edad maravillosa. Se puede sentir la fantasía en la que viven, la reconocemos porque sólo algunas décadas atrás nosotros estábamos ahí mismo, en esa dimensión.
Nos hacen recordar las travesuras que hicimos a esas edades y nos espanta saber que ellos también las harán. Por eso no les sacamos los ojos de encima, aunque ya desde un poco más lejos, y con la posibilidad de poder devolver todas esas llamadas telefónicas de hace tres años atrás.